Pero
también pretendo rendir homenaje a Montserrat Roig, que en 1977 y tras un largo
proceso de documentación publicó un libro en el que daba voz a todos los
hombres y mujeres anónimos que murieron en los campos nazis y que el gobierno
de la época no reclamó. Además de recuperación de la memoria histórica, creo
que este libro es fundamental para visibilizar a la mujer en este momento
histórico. Neus Català explica en una entrevista que hasta que Montserrat Roig
no fue a encontrarla y recuperar su testimonio nadie se había preocupado por
las mujeres en los campos de concentración, y que incluso los mismos
prisioneros negaban la existencia de campos de concentración exclusivos de
mujeres, o incluso mujeres presas. Nada más lejos de la realidad, existieron, y
fueron realmente devastadores, se calcula que en Ravensbrück, morían aproximadamente
¡1000 mujeres al día! Por eso es muy importante el hecho que Montserrat Roig
diera voz a estas víctimas femeninas, que Neus define, muy acertadamente, como “las
olvidadas entre los olvidados”.
Así
que hoy recuperamos la a Neus Català y al libro de Montserrat Roig “Els
catalans al camps nazis”:
Nacida
el 7 de octubre de 1915 en Los Guiamets (Tarragona), dentro de una familia de
agricultores anticlericales y republicanos, desde muy joven estuvo involucrada
en política, y al producirse el golpe de estado que desembocaría en la guerra
civil, se convirtió en Delegada Comarcal de las JSUC. Se alistó para ir a
combatir, pero un Decreto de finales de 1936 relegaba a las mujeres a la
retaguardia. Cansada de hacer calcetines y jerséis de lana para los soldados,
decidió colaborar activamente en la lucha contra el fascismo dentro de sus
posibilidades y se trasladó a Barcelona, donde cursaría estudios de enfermería.
Mientras
estudiaba, alternaba su actividad estudiantil con prácticas en una residencia de
ancianos, y con tareas de propaganda política. Al final de la Guerra Civil, el
8 de febrero de 1938, cruzó la frontera con Francia con 180 niños de la colonia
Les Acàcies de Premià de Dalt. Los franceses, no todos pero en gran
parte, los recibieron con total desgana, y la mayoría de refugiados fueron
recluidos en campos de que no eran más que zonas valladas, sin servicios
asistenciales ni sanitarios (Argelès-sur-Mer, Le Barcarès, Saint Cyprien, Agde,
Colliure, Gurs o Septfonds). Esta situación se mantuvo hasta que las tropas
alemanas invadieron Francia.
Neus continuó su lucha en el exilio y se unió a la resistencia francesa (Le Maquis), y como la mayoría de mujeres, en un primer momento se le encomendaron tareas de enlace. Junto con su marido, Albert Roger, participó en las actividades de la resistencia francesa. En el momento de su detención, sin embargo, ya era el enlace interregional, con seis regiones a su cargo. Su casa era un lugar clave donde se escondían guerrilleros españoles y franceses y antiguos combatientes de las brigadas internacionales. Centralizaba la transmisión de los mensajes, documentación y armas, hasta que fueron denunciados a los nazis el 11 de noviembre de 1943 por un farmacéutico de Sarlat.
Neus y su marido fueron detenidos junto con tres guerrilleros más y dirigidos a una prisión de Limoges. Allí vio por última vez a su marido, que fue deportado y murió en el campo de Bergen-Belsen. Y allí también comenzó el principio de su calvario, que terminó en el campo de concentración. Pasó meses detenida entre varias cárceles francesas (Dordogne, Limoges y Compiège) donde fue interrogada y torturada. Pero su espíritu de lucha no se doblegaba, y durante estos meses organizaron la fuga de una veintena de mujeres de la resistencia. Más tarde la trasladaron al campo de Ravensbrück, en un vagón de tren para animales, en unas condiciones infames, donde llegó el 3 de febrero de 1944, junto con miles de mujeres más (conocido como el convoy de las 27.000).
Neus en el campo de concentración |
El
recuerdo de aquel viaje quedó marcado para siempre en su memoria y en el de sus
compañeras: "miles de mujeres, cuatro días de viaje sin parar, sin
higiene, sin aire para respirar, sin saber que sería de nosotros. No teníamos
lugar para sentarnos, estábamos de pie, éramos noventa mujeres en cada vagón y
un cubo de basura en medio para hacer nuestras necesidades, que con el
movimiento se vuelca constantemente, olía muy mal... muchas de las mujeres ya
no bajaron de los trenes...". Al final del trayecto, comenzó el ritual
del terror que todas las supervivientes recuerdan, las duchas de desinfección,
inspecciones por todos los rincones del cuerpo, cabello rapado al cero, un
traje de rayas y un número. Neus Català tenía el 27.532.
|
Los
primeros días en el campo, Neus recuerda que quería morir, y no comía, pero
cambió de parecer, y decidió luchar para salir viva de aquel campo y contar al
mundo lo que ella y sus compañeras habían vivido. De los años de cautiverio
recuerda la solidaridad de unas con otras, de las francesas con las rusas, de
las judías con las católicas… a las mujeres mayores (de cuarenta a cincuenta
años) las llamaban madre, a las más jóvenes, hermanas, para
sentirse todas queridas, para sentirse todas unidas. En muchas ocasiones
demostraron su solidaridad, protegiéndose unas a otras. Y entre tanta
desgracia, también compartían buenos momentos: Neus, a quien siempre le había
gustado el teatro, entretenía sus compañeras para que no perdiesen la
esperanza... recuerda que le dieron unos zapatos del número 43, ¡a ella que
calzaba un 36! y que hacía imitaciones de Charlot para hacer reír a sus
compañeras: "Teníamos que ejercitar la mente para no volvernos unas
bestias y, al mismo tiempo, mantener la solidaridad para no perder la dignidad".
Una
noche de repente un grupo de Aufseherinen entró en el barracón con sus perros.
Llamaron un grupo de mujeres, siempre por sus números, entre las que estaba
Neus Català; se despidieron de las compañeras apresuradamente y con tristeza,
pensando que aquello se había acabado, y que las enviaban a la cámara de gas.
Pero no fue así: las subieron a un tren dirección Holleischen (Checoslovaquia),
un pequeño campo de trabajo que dependía del campo de Flossenburg, donde Neus y
sus compañeras tuvieron que trabajar en la industria armamentística nazi.
Día
y noche se fabricaban armas, obuses y balas sin cesar: "mientras eras
productiva te perdonaban la vida". A los presos que trabajaban en
estas industrias se les daba un pequeño salario. El grupo donde estaba Neus se
negaba a cobrar, porque no querían trabajar para el enemigo y beneficiarse de
la muerte de sus compatriotas. Los responsables del campo estaban muy contentos
por esta decisión, aunque lo que no sabían era que Neus y sus compañeras se
dedicaban a sabotear en todo lo posible esa industria: mezclando todo tipo de
cosas con la pólvora para que no explotara -desde moscas o pajitas a
escupitajos-, llevándose herramientas del taller y echándolas a las letrinas
cuando iban al baño, estropeando las maquinas adrede... las apodaron el
"comando de las gandulas", ya que en nueve meses su comando redujo la
producción de 10.000 piezas mensuales a la mitad.
El día de la liberación, fueron encerradas en un barracón y el campo fue minado para hacerlo explotar a las doce en punto; las puertas fueron bloqueadas con barras de hierro, y las prisioneras vieron huir a las SS... afortunadamente, las tropas del Ejército Rojo llegaron a tiempo para desactivar las bombas.
Dos
años después de su liberación, conoció al que sería su segundo marido, con el
que tuvo dos hijos. Años después, Neus tuvo el coraje de ir a encontrar a sus
compañeras del campo y entrevistarlas, dejando testimonio para la humanidad de
lo que había sucedido realmente en los campos: "Éramos las olvidadas
entre los olvidados". Así consiguió publicar "De la
resistencia al deportación. Cincuenta testimonios de mujeres españolas",
un ejercicio para dar voz a todas aquellas mujeres que se habían comprometido
con su país y con sus ideales, y que habían sido silenciadas. El libro se publicó
casi cuarenta años más tarde, ya que la herida todavía estaba muy abierta por
entonces.
En
1962, a raíz de un peregrinaje al campo de Ravensbrück para conmemorar el 60
aniversario de su liberación, se constituyó el Amical de Ravensbrück,
con el objetivo de continuar con la gran labor que había comenzado Neus Català
y mantener el recuerdo vivo de las 92.000 mujeres que allí fueron asesinadas.
En
una entrevista del año 2012 Neus Català recuerda vivamente que la escritora Montserrat
Roig la fue a ver a Paris cuando preparaba el libro "Els catalans
als camps nazis" (1977). Y es que hasta que esta joven y progresista
escritora no investigó al respecto, nadie había hablado, y menos escrito sobre
la existencia de campos de concentración en los que estaban recluidas las
mujeres. Neus Català explica: "los propios deportados decían que no
había habido mujeres deportadas, pero en realidad identificamos cientos de
ellas; las mujeres fuimos doblemente olvidadas, como españolas y como mujeres”...
a raíz de esta entrevista se inicia una relación de amistad que debía durar
muchos años.
Este es, sin duda, el libro más impactante de
Montserrat Roig. Además de ofrecer una muestra excelente de las dotes
periodísticas de la autora, constituye un documento pionero y de primer orden
para conocer la experiencia de los republicanos en los campos de concentración
nazis durante la Segunda Guerra Mundial. La obra, publicada en 1977, recoge
todos los testimonios a los que Roig pudo acceder y los ordena en un texto
escrito a favor de la memoria histórica y que aspira a un objetivo preciso:
empezar a romper el silencio impuesto por el franquismo a quienes, tras la
derrota de 1939, tuvieron que sufrir el infierno de la deportación.
Montserrat Roig
presenta Els catalans als camps nazis como la coordinación de los
diversos testimonios de los ciudadanos de los Países Catalanes que fueron
deportados a campos de concentración entre 1939 y 1945. Impulsado por el
historiador Josep Benet y redactado por la autora entre 1973 y 1976, el volumen
quiere dar voz a todos aquellos que, por motivos políticos y históricos, se
quedaron sin la posibilidad de ver aunque fuera tan solo un reconocimiento de
su sufrimiento y la oportunidad de compartir una experiencia ya de por si
inenarrable. El compromiso político, social y cultural que caracteriza a Roig
como escritora deriva, aquí, en la elaboración de un texto sin duda documentado
y que procura contrastar los datos, pero que en ningún momento persigue una
supuesta objetividad histórica. Al contrario. Se trata de un texto lleno de
pasión y que no esconde el posicionamiento ideológico, personal, de quien lo
escribe: una Roig plenamente identificada con el dolor de los supervivientes y
profundamente sublevada contra el nazismo y la posterior injusticia de las denominadas
democracias europeas.
Els catalans
als camps nazis se estructura en tres partes que siguen el orden
cronológico de los hechos, desde el final de la guerra civil en 1939 y el paso
a Francia de los republicanos hasta la liberación de los campos por parte de
las tropas aliadas y las dificultades y el desengaño que vinieron después;
pasando, naturalmente, por el relato del día a día de los deportados (a
Mauthausen sobre todo, su nefasto destino principal). Cierra la obra un
apéndice que incluye las listas de los muertos catalanes, de los muertos
procedentes de otros territorios del estado español y de aquellos que, a pesar
de no tener la nacionalidad correspondiente, se habían establecido en
Catalunya. Un anexo, este, utilísimo y aterrador, que también incorpora otras
listas de deportados (como las de los que fueron trasladados de Mauthausen a
otros campos, por ejemplo).
La parte
central, dedicada a la vivencia directa del terror nazi, resulta estremecedora
e imprescindible para cualquier persona interesada en el pasado y la historia
reciente de Europa. También son, sin embargo, estremecedores e imprescindibles
el relato del éxodo y el del final de la experiencia de los republicanos a los
campos. En el primer caso, por el que va sumarse a la dureza de la derrota de
1939. En el segundo, porque tras vivir la pesadilla concentracionaria, los
supervivientes tuvieron que experimentar no solo que Franco continuaba en el
poder, sino que el trauma de su experiencia a menudo generaba, por todas
partes, incredulidad, reticencia, escepticismo, incomprensión... y acababa
perdiéndose, muchas veces, en el olvido. Excepto, claro está, para ellos, como
en el caso de todos aquellos que no se la podrían sacar nunca jamás ni de la
cabeza ni del cuerpo.
Ya lo escribe
Montserrat Roig al final del libro: “Mientras que de la guerra civil nos han
llegado noticias, falseadas o no, a las nuevas generaciones, sobre los campos
de exterminio nazis se cernía un silencio total. Parecía que no hubieran
existido nunca republicanos que fueran víctimas del nazifascismo alemán. Hasta
1968 no hay ninguna nota oficial sobre los muertos españoles en los campos
nazis. Si algún deportado pregunta sobre su situación a los organismos
oficiales, estos le contestan que todo está en estudio. Hasta 1974 el gobierno
español no envió ningún certificado de muerte al campo de Mauthausen”. He aquí,
pues, el sentido de esta obra horrorosa y simultáneamente tan necesaria, que
abrió camino en la recuperación de una parte terrible de nuestra historia y
que, aun así, se cierra con un mensaje optimista: No debemos renunciar al ideal
de un mundo libre y justo. Los deportados, pese a lo que habían vivido, no
dejaron de creer nunca que este mundo era posible. Y esta es, según la autora,
su gran lección para las generaciones posteriores. No podemos estar más de
acuerdo.
Fuente: Mujeres extraordinarias, mujeres comprometidas y Visat Revista Digital de Literatura i Traducció
Para saber más:
Català, Neus: De la resistencia y la deportación. 50 testimonios de mujeres españolas. Ed. Península. Isbn: 84-8307-283-1. Año: 2000. 414 pág. . Español.
Unes grans dones que vaig tenir el plaer de "conèixer" a la teva xerrada! una entrada molt interessant per a commemorar el dia d'avui. Un petó!
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