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viernes, 22 de mayo de 2015

Marie Ndiaye: Tres mujeres fuertes



Preparando libros para un nuevo grupo de lectura titulado "Una habitación propia"  y en el que leeremos excusivamente libros de autoras. He descubierto la obra de Marie Ndiaye. "Niña prodigio" de las letras francesas, ganó el Premio Goncourt 2009 con el libro Tres mujeres fuertes. Un libro que relata la vida de tres mujeres que intentan sobrevivir a las visicitudes de su destino.


África es el nombre de un largo infortunio. Marie NDiaye (Pithiviers, 1967) ha escogido la perspectiva de la mujer para mostrar el sufrimiento de los que emigraron (legal o ilegalmente) o nunca se alejaron de su lugar de nacimiento, soportando hambrunas, gobiernos corruptos e interminables guerras civiles. Los tres personajes femeninos de esta excelente novela han crecido acompañados por el desprecio, la humillación, el maltrato físico y psicológico, los problemas de identidad, el desarraigo familiar y la discriminación racial y sexual. Marie NDiaye muestra ese cuidado por el estilo que siempre ha caracterizado a las letras francesas.



Se puede objetar que esa forma de hacer literatura puede desembocar en la retórica, restando eficacia narrativa, pero en esta ocasión la prosa justifica su artificio al lograr una notable profundidad psicológica. NDiaye está más cerca de Virginia Woolf que de Yourcenar, pues no busca la frase perfecta, el malabarismo formal, sino la credibilidad. Norah, Fanta y Khady Demba son verosímiles gracias a un trabajo de introspección que elude la inmediatez y la trasparencia, intentando reproducir la dolorosa confusión de unos personajes abocados al fracaso y la desesperanza, pero que luchan por preservar su dignidad.

Norah se enfrenta a un padre frío e inhumano, incapaz de experimentar afecto por sus hijos, un próspero hombre de negocios que sólo busca en la mujer la gratificación narcisista y el placer sexual. Ejemplo de una ínfima clase media africana, su éxito profesional no ha afectado a una concepción del mundo heredada de sus antepasados, donde el nacimiento de una niña constituye una desgracia. Malicioso, mezquino, autocomplaciente, no ofrecerá a Norah otra posibilidad que el rencor o la culpabilidad. Fanta sólo es una presencia indirecta, pues su historia nos la relatará su marido, un profesor blanco que ha perdido su puesto tras un incidente con unos estudiantes.

Obligado a trabajar como vendedor de electrodomésticos, su frustración desencadenará la ruptura del matrimonio, liberando prejuicios largamente reprimidos: resentimiento hacia Fanta, que pese a ser africana conserva su trabajo; incapacidad para amar a un hijo mestizo y débil; un apego irracional hacia lo blanco y occidental. NDiaye parece sugerir que la mujer africana sólo puede elegir entre el menosprecio en su país o un racismo más o menos encubierto en una Europa que aún alienta el dogma de la supremacía blanca.

El talento de NDiaye se manifiesta especialmente en el relato de Khady Demba, una joven africana que pierde a su marido antes de alumbrar un hijo. Obsesionada con la maternidad, la viudez representará la pérdida de todos sus vínculos afectivos. Sin familia, su suegra no le dejará otra opción que emprender la incierta aventura de la inmigración ilegal. Afligida por su esterilidad, aceptará las vejaciones de los traficantes de seres humanos con la entereza del que conoce el dolor desde muy temprano. Ni la necesidad de ejercer la prostitución menoscabará su autoestima. Orgullosa como mujer africana, intentará sortear las alambradas que impiden el acceso a Europa, pero la explotación sexual, el hambre y la enfermedad frustrarán definitivamente un sueño insensato, pues al otro lado de las alambradas, no hay una tierra de promisión, sino una sociedad ferozmente fortificada, con una economía maltrecha y una deplorable salud democrática. 

Tres mujeres fuertes debería ser lectura obligatoria en los institutos, lo cual no significa que se trate de un libro pedagógico, moralista y previsible. Marie NDia- ye no esconde su pesimismo, pero se rebela contra una tragedia que no puede prolongarse indefinidamente. La inmigración surge de un anhelo legítimo y las alambras son inútiles cuando la desesperación se hace intolerable. Norah, Fanta y Khady Demba sólo piden que el mundo repare en su existencia. Al igual que los deportados al Gulag o al Lager, quieren hacerse visibles, recordar que están ahí, al otro lado de la alambrada, esperando que les reconozcamos como nuestros semejantes.

Fuente: El cultural.

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