Páginas

martes, 30 de diciembre de 2014

Mujeres extraordinarias, mujeres comprometidas


Empezamos 2014 dedicando la primera entrada del año a una mujer excepcional, Aleksandra Kollontái, feminista y revolucionaria rusa. Durante todo el año han sido un total de ochenta y cuatro entradas dedicadas a dar voz y rostro a aquellas mujeres que han contribuido a mejorar la condición femenina o que han sido pioneras en su campo.
Paralelamente al trabajo en el blog, he realizado una serie de conferencias para aproximar al público general, no iniciado en cuestiones de género, la importancia de rescatar la memoria histórica de las mujeres.
El objetivo de estas conferencias era visibilizar estas mujeres y dar a conocer su vida y su obra. Principalmente a una audiencia femenina, aunque puedo confirmar que los contenidos sorprendían por igual a hombres y mujeres. Así  que, para finalizar el año, es justo dedicar la última entrada a estas mujeres que durante el siglo XX lucharon por conseguir sus sueños y alcanzar sus metas, aunque estas estuvieran en territorio masculino. Y que dieron el paso de la esfera privada a la pública, demostrando a sus contemporáneos y a nosotras mismas que las barreras y los techos de cristal están hechos para romperlos y superarlos.
Sin más preámbulos, os dejo a continuación la última entrada del año, dedicada no a una, sino a cuatro mujeres excepcionales: Frederica Montseny, Mari Pepa Colomer, Neus Català y Montserrat Roig.

De izquierda a derecha y de arriba a abajo: Frederica Montseny, Mari Pepa Colomer, Neus Català y Montserrat Roig

A menudo, al referirse al siglo XX, se le llama el Siglo de las Mujeres, y no es en vano, ya que durante este siglo, la condición femenina ha experimentado más cambios que a lo largo de toda la historia de la humanidad. La historia, escrita por el bando vencedor, y siempre por hombres, había relegado a la mujer al papel de simple espectadora de los acontecimientos que se iban sucediendo a lo largo de los años. Silenciando en muchos casos, e infravalorando en otros tantos, las valiosas aportaciones que las mujeres hemos realizado a lo largo de los siglos.

Por suerte, con el siglo XX la conciencia femenina despertó de nuevo, y se produjeron una serie de cambios, como la incorporación masiva de la mujer al trabajo, el asociacionismo, el acceso a la educación o el sufragio femenino. Estos cambios permitieron a la mujer abandonar la esfera doméstica a la que había estado relegada y obtener presencia en la esfera pública. Y precisamente de esto hablaremos, de cómo la mujer reaparece en la historia por la puerta grande, siendo protagonista y no una simple espectadora.

Para ilustrar esta visibilización de la mujer, recorreremos la biografía de cuatro catalanas que ejemplifican los cambios sociales del siglo XX: Frederica Montseny, y la aparición de la mujer en la política; Mari Pepa Colomer, o cómo las mujeres se abren camino en campos que hasta entonces eren exclusivamente masculinos; Neus Català, ejemplo de la solidaridad y la lucha de las mujeres durante y después de la Guerra Civil; y Montserrat Roig, compromiso social y lucha por los derechos de la mujer.

Uno de los grandes cambios del siglo XX, en cuanto a la condición femenina, fue la incorporación masiva de la mujer al mercado laboral. En Europa, durante la Primera Guerra Mundial, los países involucrados movilizaron todos sus efectivos masculinos disponibles para la guerra, con lo cual la industria, el campo, el comercio o los servicios quedaron desatendidos; de manera que se vieron obligados a reclutar a las mujeres como mano de obra para cubrir este déficit. Así, vemos cómo las mujeres ocupan los puestos de trabajo que habían dejado sus propios padres, maridos e hijos. Las encontramos trabajando en la industria pesada, en el campo, conduciendo ambulancias, encargadas del servicio ferroviario… esta situación creó un nuevo panorama laboral: las mujeres pudieron acceder a puestos que hasta entonces les habían sido vetados por su condición femenina.

En España, el proceso de visibilización de la mujer empieza con la proclamación de la Segunda República en abril de 1931, momento en el cual miles de mujeres reclamaron los derechos que les habían sido vetados a lo largo de la historia. Comenzó así un cambio en la configuración del mundo laboral, de la política y la familia.

Las mujeres se afiliaron masivamente a las organizaciones y sindicatos de ámbito social. La mayoría de ellas no tenían formación y trabajaban en el sector doméstico. Sindicatos como la CNT, UGT o Sindicatos Católicos crearon secciones sindicales específicas para el ámbito femenino. Se reguló por primera vez el salario femenino, ya que muchas mujeres se incorporaron en aquellos momentos al mundo del trabajo, y el hecho de llevar un sueldo a casa las equiparó en parte a sus maridos, y provocó cambios en las relaciones familiares.

Las mujeres también comenzaron a tener presencia dentro del mundo de la política: Victoria Kent, Margarita Nelke, Dolores Ibárruri, Clara Campoamor... pero la figura que queremos destacar es la de Frederica Montseny. Injustamente olvidada, Frederica fue líder anarquista, y la primera mujer nombrada ministra en un país de la Europa occidental.

Frederica Montseny en su despacho
Era hija de los anarquistas Juan Montseny (Federico Urales) y Teresa Mañé y Miravet (Soledad Gustavo), editores de La Revista Blanca. Su madre le transmitió principios racionalistas de libertad, fraternidad, solidaridad y altruismo, mientras su padre le ayudo a desarrollar una conciencia sindical y política, asistiendo a mítines, conferencias y manifestaciones.

Con dieciocho años ya defendía claramente el anarquismo, y a esta edad publicó su primer artículo en la revista Solidaridad Obrera. Colaboró frecuentemente con La Revista Blanca, La Novela Ideal y Voluntad. Durante la Dictadura de Primo de Rivera escribió tres novelas centradas en la emancipación femenina: La Victoria, El hijo de Clara y La indomable. Ya por entonces defendía la igualdad entre sexos dentro de una sociedad sin estado ni capital. Se desmarcaba de las feministas de su época, que solo pretendían un reconocimiento político de la mujer dentro de la sociedad capitalista.
Sus opciones políticas, arriesgadas siempre, en la clandestinidad o al descubierto, la llevaron a aceptar cargos de dirección, primero en la CNT, y posteriormente en la FAI y en el gobierno republicano, ya durante la guerra civil.

Con el inicio de la guerra desplegó una actividad muy intensa. Entre los meses de noviembre de 1936 y mayo de 1937, Frederica se hizo cargo del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social en el gobierno del socialista Francisco Largo Caballero. Su tarea en el gobierno se vio limitada por la corta duración de su mandato. Sin embargo, en pocos meses planeó lugares de acogida para la infancia, comedores para embarazadas, una lista de profesiones ejercidas por personas discapacitadas, y el primer proyecto de ley del aborto en España. Prácticamente ninguno de sus proyectos llegó a ejecutarse. Su proyecto de ley del aborto recibió la oposición de otros ministros del gobierno (el derecho al aborto no sería reconocido en España hasta cincuenta años después).

Frederica Montseny durante un mítin
En 1938, tras la caída del gobierno de Largo Caballero, presidió el Primer Comité de Enlace CNT-UGT y fue la responsable del Departamento de Sanidad de la Comisión de Batallones de Voluntarios. Montseny, que todavía estaba en Barcelona en enero de 1939, intentaba organizar la resistencia ya que era responsable de la Comisión Organizadora de Batallones de Voluntarios. A finales de enero de 1939 cruzó la frontera por Perpiñán y luego viajó hasta París, donde se incorporó al SERE (Servicio de Evacuación de los Refugiados Españoles); ante la petición de extradición de Franco huyó a la Dordoña, donde la policía la detuvo y estuvo encarcelada en Limoges y en Périgueux. El hecho de estar embarazada la salvó de ser devuelta por la Gestapo a España. Con la liberación de Francia, Frederica pudo reencontrarse con su marido Germinal y la familia se instaló en Toulouse.

Según el testimonio de su hija, Frederica renunció a su vida de madre y esposa para poder dedicarse por completo a su carrera política y a la lucha por la liberación de la mujer. En esta línea publicó varias obras: La mujer, problema del hombre y Cien días en la vida de una mujer. Desde 1945 fue directora del periódico CNT, y a partir de 1958 se encarga del órgano de propaganda de la CNT francesa.

En toda su vida en el exilio nunca dejó sus tareas de propaganda confederal, asistiendo a mítines en Francia, Canadá, Suecia y México. Su oratoria levantaba pasiones, y le hicieron merecer el nombre de la Indomable, la Torera o la Leona. Tampoco dejó de escribir: en 1964 publicó Heroínas, una mirada hacia el papel de las mujeres en la guerrilla; en 1974, Crónicas de la CNT, una selección de sus escritos de 1960-1961; y en 1987 aparecía la primera parte de sus memorias: Mis primeros cuarenta años.

Frederica Montseny en Barcelona, 1977
Con la restauración de la democracia, viajó a España, donde en 1977 participó en mítines de la CNT en Barcelona y en otros actos de propaganda libertaria por todo el estado, pero retornó a Toulouse, donde murió en 1993. Para algunos de sus biógrafos, fue la militante más impetuosa y exultante de la Segunda República española. Por su personalidad, sus ideas y su intensa dedicación política, se la conocía con el apodo de La Pasionaria Anarquista.

Abrirse camino en un mundo de hombres no era fácil, pero tampoco imposible. El ambiente político y social que se vivió durante los primeros años de la República envalentonó a las mujeres a luchar por sus intereses. Este es el caso de Mari Pepa Colomer, que fue la primera mujer en Cataluña que consiguió el título oficial de piloto de aviación. Obtuvo la licencia de piloto el 19 de enero de 1931, con sólo 17 años, lo que le supuso aparecer en la primera página del diario La Vanguardia.


Su familia pertenecía a la burguesía barcelonesa, y visitaba a menudo el aeródromo de Sabadell, y fue allí donde Mari Pepa descubrió su gran pasión. Las exhibiciones de vuelos y paracaidismo calaron profundamente en ella, hasta el punto de que un día, a los ocho años, se lanzó por el balcón de casa (un segundo piso) con un paraguas porque quería volar... el resultado fueron dos piernas rotas y diez meses en silla de ruedas.

Para llegar a hacer historia y convertirse en la primera aviadora, junto con su padre, tuvo que convencer al rector D. Josep Canudas, en aquellos momentos máximo responsable del Aeródromo Canudas, de su determinación e implacable deseo de volar: a su madre le decía que iba a las clases de la Cultura General de la Mujer, cuando en realidad iba a clases para aprender a pilotar. Tras demostrar con creces que volar no era un mero capricho ni una excentricidad, Mari Pepa fue aceptada como la primera mujer alumna de la escuela. De esta manera, el Aeródromo Canudas fue el primero de Cataluña en aceptar una mujer, algo que lo equiparaba a los de otros países de Europa y EEUU, y al mismo tiempo buscaba ganar el favor del gobierno republicano de entonces con su iniciativa a favor de la inclusión de la mujer en la esfera pública.

Licencia de vuelo de Mari Pepa Colomer
Pocos meses después, obtener el título sólo supuso el inicio de una breve aunque intensa carrera como aviadora. Para conseguir experiencia profesional y demostrar que estaba al mismo nivel que sus colegas masculinos, participó en varios concursos de pilotos amateurs y en el II Concurso de Aviación de Cardedeu, muy reconocido en el mundo de la aviación civil de aquella época. En 1935 obtuvo el título de instructora de vuelo, y ejerció de profesora, para formar y entrenar pilotos hasta el inicio de la Guerra Civil.

Una vez estalló la Guerra, fue movilizada para pilotar en la retaguardia republicana, tanto llevando heridos del frente de Aragón a Barcelona, como participando en operaciones de propaganda a favor de la República, e incluso transportando gente amenazada de muerte al otro lado de los Pirineos, llegando a realizar en algunos momentos del conflicto hasta tres viajes diarios. Es curioso observar que a pesar de su intensa implicación en la Guerra Civil nunca entró en combate.

Cuando acabó la guerra no le quedó más remedio que exiliarse, y su destino fue Inglaterra, donde vivió el resto de sus días. No volvió a pilotar nunca más un avión, ya que al tramitar los permisos para exiliarse, alegó que era ama de casa y no piloto de aviación, para evitar ser movilizada con el ejército británico. Una vez allí, la falta de recursos económicos le impidió de obtener de nuevo la licencia de vuelo.

Tanto en el caso de Frederica Montseny como en el de Mari Pepa Colomer, hemos visto cómo la Guerra Civil marcó sus vidas. Ambas comprometidas con el Gobierno Republicano, tuvieron que optar por el exilio e intentar rehacer sus vidas. Pero si hay una mujer que encarna este momento histórico, y que además sufrió las amargas consecuencias de la derrota, ésta es Neus Català.
Neus Català Pallejà
Nacida el 7 de octubre de 1915 en Los Guiamets (Tarragona), dentro de una familia de agricultores anticlericales y republicanos, desde muy joven estuvo involucrada en política, y al producirse el golpe de estado que desembocaría en la guerra civil, se convirtió en Delegada Comarcal de las JSUC. Se alistó para ir a combatir, pero un Decreto de finales de 1936 relegaba a las mujeres a la retaguardia. Cansada de hacer calcetines y jerséis de lana para los soldados, decidió colaborar activamente en la lucha contra el fascismo dentro de sus posibilidades y se trasladó a Barcelona, donde cursaría estudios de enfermería.

Mientras estudiaba, alternaba su actividad estudiantil con prácticas en una residencia de ancianos, y con tareas de propaganda política. Al final de la Guerra Civil, el 8 de febrero de 1938, cruzó la frontera con Francia con 180 niños de la colonia Les Acàcies de Premià de Dalt. Los franceses, no todos pero en gran parte, los recibieron con total desgana, y la mayoría de refugiados fueron recluidos en campos de que no eran más que zonas valladas, sin servicios asistenciales ni sanitarios (Argelès-sur-Mer, Le Barcarès, Saint Cyprien, Agde, Colliure, Gurs o Septfonds). Esta situación se mantuvo hasta que las tropas alemanas invadieron Francia.

Neus continuó su lucha en el exilio y se unió a la resistencia francesa (Le Maquis), y como la mayoría de mujeres, en un primer momento se le encomendaron tareas de enlace. Junto con su marido, Albert Roger, participó en las actividades de la resistencia francesa. En el momento de su detención, sin embargo, ya era el enlace interregional, con seis regiones a su cargo. Su casa era un lugar clave donde se escondían guerrilleros españoles y franceses y antiguos combatientes de las brigadas internacionales. Centralizaba la transmisión de los mensajes, documentación y armas, hasta que fueron denunciados a los nazis el 11 de noviembre de 1943 por un farmacéutico de Sarlat.

Neus y su marido fueron detenidos junto con tres guerrilleros más y dirigidos a una prisión de Limoges. Allí vio por última vez a su marido, que fue deportado y murió en el campo de Bergen-Belsen. Y allí también comenzó el principio de su calvario, que terminó en el campo de concentración. Pasó meses detenida entre varias cárceles francesas (Dordogne, Limoges y Compiège) donde fue interrogada y torturada. Pero su espíritu de lucha no se doblegaba, y durante estos meses organizaron la fuga de una veintena de mujeres de la resistencia. Más tarde la trasladaron al campo de Ravensbrück, en un vagón de tren para animales, en unas condiciones infames, donde llegó el 3 de febrero de 1944, junto con miles de mujeres más (conocido como el convoy de las 27.000).

Neus Català en el campo de concentración
El recuerdo de aquel viaje quedó marcado para siempre en su memoria y en el de sus compañeras: "miles de mujeres, cuatro días de viaje sin parar, sin higiene, sin aire para respirar, sin saber que sería de nosotros. No teníamos lugar para sentarnos, estábamos de pie, éramos noventa mujeres en cada vagón y un cubo de basura en medio para hacer nuestras necesidades, que con el movimiento se vuelca constantemente, olía muy mal... muchas de las mujeres ya no bajaron de los trenes...". Al final del trayecto, comenzó el ritual del terror que todas las supervivientes recuerdan, las duchas de desinfección, inspecciones por todos los rincones del cuerpo, cabello rapado al cero, un traje de rayas y un número. Neus Català tenía el 27.532.

Los primeros días en el campo, Neus recuerda que quería morir, y no comía, pero cambió de parecer, y decidió luchar para salir viva de aquel campo y contar al mundo lo que ella y sus compañeras habían vivido. De los años de cautiverio recuerda la solidaridad de unas con otras, de las francesas con las rusas, de las judías con las católicas… a las mujeres mayores (de cuarenta a cincuenta años) las llamaban madre, a las más jóvenes, hermanas, para sentirse todas queridas, para sentirse todas unidas. En muchas ocasiones demostraron su solidaridad, protegiéndose unas a otras. Y entre tanta desgracia, también compartían buenos momentos: Neus, a quien siempre le había gustado el teatro, entretenía sus compañeras para que no perdiesen la esperanza... recuerda que le dieron unos zapatos del número 43, ¡a ella que calzaba un 36! y que hacía imitaciones de Charlot para hacer reír a sus compañeras: "Teníamos que ejercitar la mente para no volvernos unas bestias y, al mismo tiempo, mantener la solidaridad para no perder la dignidad".
Una noche de repente un grupo de Aufseherinen entró en el barracón con sus perros. Llamaron un grupo de mujeres, siempre por sus números, entre las que estaba Neus Català; se despidieron de las compañeras apresuradamente y con tristeza, pensando que aquello se había acabado, y que las enviaban a la cámara de gas. Pero no fue así: las subieron a un tren dirección Holleischen (Checoslovaquia), un pequeño campo de trabajo que dependía del campo de Flossenburg, donde Neus y sus compañeras tuvieron que trabajar en la industria armamentística nazi.

Día y noche se fabricaban armas, obuses y balas sin cesar: "mientras eras productiva te perdonaban la vida". A los presos que trabajaban en estas industrias se les daba un pequeño salario. El grupo donde estaba Neus se negaba a cobrar, porque no querían trabajar para el enemigo y beneficiarse de la muerte de sus compatriotas. Los responsables del campo estaban muy contentos por esta decisión, aunque lo que no sabían era que Neus y sus compañeras se dedicaban a sabotear en todo lo posible esa industria: mezclando todo tipo de cosas con la pólvora para que no explotara -desde moscas o pajitas a escupitajos-, llevándose herramientas del taller y echándolas a las letrinas cuando iban al baño, estropeando las maquinas adrede... las apodaron el "comando de las gandulas", ya que en nueve meses su comando redujo la producción de 10.000 piezas mensuales a la mitad.

El día de la liberación, fueron encerradas en un barracón y el campo fue minado para hacerlo explotar a las doce en punto; las puertas fueron bloqueadas con barras de hierro, y las prisioneras vieron huir a las SS... afortunadamente, las tropas del Ejército Rojo llegaron a tiempo para desactivar las bombas.

Dos años después de su liberación, conoció al que sería su segundo marido, con el que tuvo dos hijos. Años después, Neus tuvo el coraje de ir a encontrar a sus compañeras del campo y entrevistarlas, dejando testimonio para la humanidad de lo que había sucedido realmente en los campos: "Éramos las olvidadas entre los olvidados". Así consiguió publicar "De la resistencia al deportación. Cincuenta testimonios de mujeres españolas", un ejercicio para dar voz a todas aquellas mujeres que se habían comprometido con su país y con sus ideales, y que habían sido silenciadas. El libro se publicó casi cuarenta años más tarde, ya que la herida todavía estaba muy abierta por entonces.

Neus Català
En 1962, a raíz de un peregrinaje al campo de Ravensbrück para conmemorar el 60 aniversario de su liberación, se constituyó el Amical de Ravensbrück, con el objetivo de continuar con la gran labor que había comenzado Neus Català y mantener el recuerdo vivo de las 92.000 mujeres que allí fueron asesinadas.

En una entrevista del año 2012 Neus Català recuerda vivamente que la escritora Montserrat Roig la fue a ver a Paris cuando preparaba el libro "Els catalans als camps nazis" (1977). Y es que hasta que esta joven y progresista escritora no investigó al respecto, nadie había hablado, y menos escrito sobre la existencia de campos de concentración en los que estaban recluidas las mujeres. Neus Català explica: "los propios deportados decían que no había habido mujeres deportadas, pero en realidad identificamos cientos de ellas; las mujeres fuimos doblemente olvidadas, como españolas y como mujeres”... a raíz de esta entrevista se inicia una relación de amistad que debía durar muchos años.

Y es que Montserrat fue también otra mujer comprometida con su contexto social. Vivió la transición de la dictadura a la democracia y fue protagonista en primera persona de algunos de sus momentos más significativos. Nació en Barcelona el 13 de junio de 1946, en una familia que le transmitió el amor por la literatura y por su lengua. Cursó estudios primarios en el Colegio Mare del Diví Pastor, y el bachillerato en el Instituto Montserrat. Después del instituto se matriculó en la Escuela de Arte Dramático Adrià Gual donde conoció a su gran amiga Maria Aurèlia Capmany. En 1963 ingresó en la universidad, donde se implicaría con los movimientos marxistas de resistencia al franquismo. Participó, entre otros, en acontecimientos importantes de la lucha contra la dictadura franquista de aquellos años. El primero, la Capuchinada, la asamblea constituyente del Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona SDUB, que tuvo lugar en marzo de 1966 en el Convento de los Capuchinos de Sarriá, donde la policía mantuvo cercado el convento durante tres días.

Montserrat Roig
Trabajó en diversas publicaciones, y fue en 1970 cuando comenzó a trabajar como periodista para la revista Serra d'Or. A lo largo de ese mismo año nació su hijo, se separó de su marido y abandonó la militancia del PSUC, disconforme con el funcionamiento interno del partido.

Participó en el encierro de 250 intelectuales en la Abadía de Montserrat en diciembre de 1970, en protesta contra el Proceso de Burgos, consejo de guerra sumarísimo contra 16 militantes vascos de ETA durante la dictadura del general Franco, pero que por la presión popular y mediática se conmutó la pena de muerte a penas de prisión.

En 1972 publicó Ramona, adeu, y de 1973 a 1974 trabajó como lectora de español en la Universidad de Bristol (Inglaterra). En 1976 ganó el premio Sant Jordi con El temps de les cireres, novela que provocó un impacto considerable en la crítica literaria del momento. El reconocimiento unánime se confirma con Els catalans als camps nazis (1977) -premio de la Crítica Serra d'Or-, obra de recuperación de la memoria histórica.

Trabajó como columnista de la prensa diaria en diferentes medios, y se vinculó públicamente a la lucha por la condición de la mujer. La literatura de Montserrat Roig fue un exponente vigoroso del movimiento feminista de la época, del izquierdismo social, político y antifranquista, y de la Barcelona urbana. En 1981 publicó Dones buscant un nou humanisme, donde explicaba los principios del feminismo desde una postura didáctica e historicista para desmentir todos los mitos que había en contra de este movimiento. L’hora violeta (1980) fue la novela que culminaba su posicionamiento feminista. La última de sus novelas es Digues que m’estimes encara que sigui mentida (1991), que puede ser considerada su testamento literario. En 1990 se le diagnosticaría un cáncer, y moriría un año más tarde.

Montserrat Roig
Frederica, Mari Pepa, Neus y Montserrat, cuatro mujeres próximas a nosotros, tanto cronológica como geográficamente, cuyas apasionantes vidas nos han servido durante este año -primero a través de las charlas, y ahora mediante este artículo-, como hilo argumental para recorrer el proceso de visibilización de la mujer en nuestro país, además de constituir un ejemplo de tenacidad, lucha y superación, para las mujeres del siglo XXI. Con este artículo rendimos nuestro homenaje a ellas, y a todas las que como ellas han contribuido a mejorar nuestro presente.


Para saber más:

Bibliografia para Frederica Montseny

  • Aymerich, Pilar: Frederica Montseny, un retrat. Barcelona: Institut Català de la Dona, 1998.
  • Montseny, Frederica: Mis primeros cuarenta años. Barcelona: Plaza&Janés, 1987.
  • Pessarrodona, Marta: Donasses: protagonistes de la Catalunya moderna. Barcelona: Destino, 2006.
  • Pons, Agustí: Converses amb Frederica Montseny. Barcelona, Laia, 1977.

Bibliografia para Mari Pepa Colomer

  • Corominas Bertrán, Luís: Mujeres en la historia de la aviación. Madrid, 2005
  • García, Betsabé: L’aventura de volar. Mari Pepa Colomer, la primera aviadora catalana. Barcelona: Ara Llibres, 2011.
  • Camps, Judit: Les milicies catalanes al front d’Aragó: 1936-1937. Barcelona: Laertes, 2006.

Bibliografia para Neus Català

  • Armengou, Montse: Ravensbrück: l’infern de les dones. Barcelona: Angle, 2007
  • Martí, Carme: Un cel de plom. Barcelona: Ara Llibres. 2012
  • Nuñez Targa, Mercè: El carretó dels gossos: una catalana a Ravensbrück. Barcelona: Edicions 62. 2005
  • Roig, Montserrat: Els Catalans als camps nazis. Barcelona: Edicions 62, 1995.
  • Trallero, Margarita: Neus Català. La dona antifeixista a Europa. Barcelona: Mina, 2008.

Bibliografia para Montserrat Roig

  • Francés Díez, M. Àngels: Literatura i feminisme: l’hora violeta de Montserat Roig. Tarragona: Arola, 2010.
  • Meroño, Pere: El goig de viure: biografia de Montserrat Roig. Barcelona: Abadia de Montserrat, 2005.
  • Roig, Montserrat: Diari d’uns anys (1975-1981). Barcelona: Acontravent, 2011.
  • Roig, Montserrat: Digues que m’estimes, encara que sigui mentida. Barcelona: Edicions 62, 1993.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gràcies per deixar el teu comentari.
Gracias por dejar tu comentario.