Para conmemorar este dia tan especial, que mejor manera que descubrir o releer, el discurso que Clara Campoamor pronunció ante las Cortes a favor del derecho de las mujeres a votar:
(Transcripción del discurso de Clara Campoamor)
Señores diputados: lejos yo de censurar ni de atacar
las manifestaciones de mi colega, señorita Kent, comprendo, por el contrario,
la tortura de su espíritu al haberse visto hoy en trance de negar la capacidad
inicial de la mujer (Rumores); al verse en el trance de negar, como ha negado la capacidad inicial de la mujer (Continúan los rumores). Creo que por su pensamiento ha debido de pasar, en alguna
forma, la amarga frase de Anatole France cuando nos habla de aquellos
socialistas que, forzados por la necesidad, iban al Parlamento a legislar
contra los suyos (Nuevos rumores).
Respecto a la
serie de afirmaciones que se han hecho esta tarde contra el voto de la mujer,
he de decir, con toda la consideración necesaria, que no están apoyadas en la
realidad. Tomemos al azar algunas de ellas. ¿Que cuándo las mujeres se han
levantado para protestar de la guerra de Marruecos? Primero: ¿y por qué no los
hombres? Segundo: ¿quién protestó y se levantó en Zaragoza cuando la guerra de
Cuba más que las mujeres? ¿Quién nutrió la manifestación pro responsabilidades
del Ateneo, con motivo del desastre de Annual, más que las mujeres, que iban en
mayor número que los hombres?(Rumores)
¡Las mujeres! ¿Cómo puede decirse que cuando las
mujeres den señales de vida por la República se les concederá como premio el
derecho a votar? ¿Es que no han luchado las mujeres por la República? ¿Es que
al hablar con elogio de las mujeres obreras y de las mujeres universitarias no
está cantando su capacidad? Además, al hablar de las mujeres obreras y
universitarias, ¿se va a ignorar a todas las que no pertenecen a una clase ni a
la otra? ¿No sufren éstas las consecuencias de la legislación? ¿No pagan los
impuestos para sostener al Estado en la misma forma que las otras y que los
varones? ¿No refluye sobre ellas toda la consecuencia de la legislación que se
elabora aquí para los dos sexos, pero solamente dirigida y matizada por uno?
¿Cómo puede decirse que la mujer no ha luchado y que necesita una época, largos
años de República, para demostrar su capacidad? Y ¿por qué no los hombres? ¿Por
qué el hombre, al advenimiento de la República, ha de tener sus derechos y han
de ponerse en un lazareto los de la mujer?
Pero, además, señores diputados, los que votasteis por
la República, y a quienes os votaron los republicanos, meditad un momento y
decid si habéis votado solos, si os votaron sólo los hombres (Varios diputados: "Sí". Otros señores diputados: "No"). ¿Ha estado
ausente del voto la mujer? Pues entonces, si afirmáis que la mujer no influye
para nada en la vida política del hombre, estáis -fijaos bien- afirmando su
personalidad, afirmando la resistencia a acatarlos. ¿Y es en nombre de esa
personalidad, que con vuestra repulsa reconocéis y declaráis, por lo que
cerráis las puertas a la mujer en materia electoral? ¿Es que tenéis derecho a
hacer eso? No; tenéis el derecho que os ha dado la ley, la ley que hicisteis
vosotros, pero no tenéis el derecho natural fundamental, que se basa en el
respeto a todo ser humano, y lo que hacéis es detentar un poder; dejad que la
mujer se manifieste y veréis como ese poder no podéis seguir detentándolo (El Sr. Tapia: "Se manifiesta en las procesiones"). En las procesiones, Sr. Tapia, van muchos más hombres que mujeres.
No se trata aquí esta cuestión desde el punto de vista
del principio, que harto claro está, y en vuestras conciencias repercute, que
es un problema de ética, de pura ética reconocer a la mujer, ser humano, todos
sus derechos, porque ya desde Fitche, en 1796, se ha aceptado, en principio
también, el postulado de que sólo aquel que no considere a la mujer un ser
humano es capaz de afirmar que todos los derechos del hombre y del ciudadano no
deben ser los mismos para la mujer que para el hombre. Y en el Parlamento
francés, en 1848, Victor Considerant se levantó para decir que una Constitución
que concede el voto al mendigo, al doméstico y al analfabeto -que en España
existe- no puede negárselo a la mujer. No es desde el punto de vista del
principio, es desde el temor que aquí se ha expuesto, fuera del ámbito del
principio -cosa dolorosa para un abogado-, como se puede venir a discutir el
derecho de la mujer a que sea reconocido en la Constitución el de sufragio. Y
desde el punto de vista práctico, utilitario, ¿de qué acusáis a la mujer? ¿Es
de ignorancia? Pues yo no puedo, por enojosas que sean las estadísticas, dejar
de referirme a un estudio del señor Luzuriaga acerca del analfabetismo en
España.
Hace él un estudio cíclico desde 1868 hasta el año
1910, nada más, porque las estadísticas van muy lentamente y no hay en España
otras. ¿Y sabéis lo que dice esa estadística? Pues dice que, tomando los números
globales en el ciclo de 1860 a 1910, se observa que mientras el número total de
analfabetos varones, lejos de disminuir, ha aumentado en 73.082, el de la mujer
analfabeta ha disminuido en 48.098; y refiriéndose a la proporcionalidad del
analfabetismo en la población global, la disminución en los varones es sólo de
12,7 por cien, en tanto que en las hembras es del 20,2 por cien. Esto quiere
decir simplemente que la disminución del analfabetismo es más rápida en las
mujeres que en los hombres y que de continuar ese proceso de disminución en los
dos sexos, no sólo llegarán a alcanzar las mujeres el grado de cultura
elemental de los hombres, sino que lo sobrepasarán. Eso en 1910. Y desde 1910
ha seguido la curva ascendente, y la mujer, hoy día, es menos analfabeta que el
varón. No es, pues, desde el punto de vista de la ignorancia desde el que se
puede negar a la mujer la entrada en la obtención de este derecho (Muy bien).
Otra cosa, además, al varón que ha de votar. No
olvidéis que no sois hijos de varón tan sólo, sino que se reúne en vosotros el
producto de los dos sexos. En ausencia mía y leyendo el diario de sesiones,
pude ver en él que un doctor hablaba aquí de que no había ecuación posible y,
con espíritu heredado de Moebius y Aristóteles, declaraba la incapacidad de la
mujer.
A eso, un solo argumento: aunque no queráis y si por
acaso admitís la incapacidad femenina, votáis con la mitad de vuestro ser
incapaz. Yo y todas las mujeres a quienes represento queremos votar con nuestra
mitad masculina, porque no hay degeneración de sexos, porque todos somos hijos
de hombre y mujer y recibimos por igual las dos partes de nuestro ser,
argumento que han desarrollado los biólogos. Somos producto de dos seres; no
hay incapacidad posible de vosotros a mí, ni de mí a vosotros.
Desconocer esto es negar la realidad evidente. Negadlo
si queréis; sois libres de ello, pero sólo en virtud de un derecho que habéis
(perdonadme la palabra, que digo sólo por su claridad y no con espíritu
agresivo) detentado, porque os disteis a vosotros mismos las leyes; pero no
porque tengáis un derecho natural para poner al margen a la mujer.
Yo, señores diputados, me siento ciudadano antes que
mujer, y considero que sería un profundo error político dejar a la mujer al
margen de ese derecho, a la mujer que espera y confía en vosotros; a la mujer
que, como ocurrió con otras fuerzas nuevas en la revolución francesa, será
indiscutiblemente una nueva fuerza que se incorpora al derecho y no hay sino
que empujarla a que siga su camino.
No dejéis a la mujer que, si es regresiva, piense que
su esperanza estuvo en la dictadura; no dejéis a la mujer que piense, si es
avanzada, que su esperanza de igualdad está en el comunismo. No cometáis,
señores diputados, ese error político de gravísimas consecuencias. Salváis a la
República, ayudáis a la República atrayéndoos y sumándoos esa fuerza que espera
ansiosa el momento de su redención.
Cada uno habla en virtud de una experiencia y yo os
hablo en nombre de la mía propia. Yo soy diputado por la provincia de Madrid;
la he recorrido, no sólo en cumplimiento de mi deber, sino por cariño, y muchas
veces, siempre, he visto que a los actos públicos acudía una concurrencia
femenina muy superior a la masculina, y he visto en los ojos de esas mujeres la
esperanza de redención, he visto el deseo de ayudar a la República, he visto la
pasión y la emoción que ponen en sus ideales. La mujer española espera hoy de
la República la redención suya y la redención del hijo. No cometáis un error
histórico que no tendréis nunca bastante tiempo para llorar; que no tendréis
nunca bastante tiempo para llorar al dejar al margen de la República a la
mujer, que representa una fuerza nueva, una fuerza joven; que ha sido simpatía
y apoyo para los hombres que estaban en las cárceles; que ha sufrido en muchos
casos como vosotros mismos, y que está anhelante, aplicándose a sí misma la
frase de Humboldt de que la única manera de madurarse para el ejercicio de la
libertad y de hacerla accesible a todos es caminar dentro de ella.
Señores diputados, he pronunciado mis últimas palabras
en este debate. Perdonadme si os molesté, considero que es mi convicción la que
habla; que ante un ideal lo defendería hasta la muerte; que pondría, como dije
ayer, la cabeza y el corazón en el platillo de la balanza, de igual modo Breno
colocó su espada, para que se inclinara en favor del voto de la mujer, y que
además sigo pensando, y no por vanidad, sino por íntima convicción, que nadie
como yo sirve en estos momentos a la República española. (Muy bien. Aplausos)
1 comentario:
Ains, si no fa res del vot de la dona eh!! a veure si ara aconseguim un altre dret a vot! un petó!
Publicar un comentario